Por todas partes se escuchan lamentos: los  festivales reducen presupuestos sustancialmente cuando no son directamente  suspendidos; las programaciones basadas en espacios municipales disminuyen hasta  un 30% (y más) el número de espectáculos, e incluso gigantes como el Liceo de  Barcelona ven peligrar su calendario por el recorte de subvenciones.
Del otro lado, el nivel de espectadores no  disminuye, e incluso aumenta en las grandes ciudades. En Madrid, Sevilla o  Bilbao se está viviendo una temporada como hacía tiempo, tanto en cantidad y  calidad como en número de asistentes a las salas. Entonces… ¿Qué está  pasando?
Desde mi punto de vista estamos sufriendo, igual  que con la burbuja inmobiliaria, el estallido de la burbuja escénica. En los  últimos 20 años los ayuntamientos han estado creando multitud de centros  culturales, auditorios y teatros a los que luego había que dotar de una  programación. Pequeñas ciudades de 10.000 habitantes, e incluso menos, se  hicieron con un más que digno espacio de artes escénicas. Mientras la economía  iba bien, había dinero sobrante para todo tipo de espectáculos, eventos y  ciclos. Esta circunstancia creó un exceso de demanda que fue respondida con la  creación de nuevas compañías, productoras y grupos o la ampliación de las  existentes. Había tarta para todos y más.
Pero llegó la crisis, y lo primero que han hecho  esos mismos municipios es recortar los presupuestos de Cultura. Y dentro de  estos no iban a ponerse a quitar de las fiestas patronales o de la cofradía de  la bellota, que eso da (o quita) muchos votos, había que sacar de donde menos se  nota. Si en vez de tres funciones al mes nos ponen dos, si en vez de un  macro-festival hacen un medio-festival, no creo que nadie lleve la cuenta. E  incluso, como ha pasado en una localidad levantina, si eliminan el evento para  “dedicar el dinero a fines sociales”, la corporación ya se gana el cielo  electoral.
Esa inflación escénica ha dado paso a una  deflación brutal, pero es que tal y como estaba concebido el sistema era  insostenible. En las grandes ciudades se mantiene la oferta y la demanda porque  a la oferta pública se une la privada y a los criterios de rentabilidad se une  el gran potencial de espectadores. En las localidades pequeñas, en pleno proceso  de creación de públicos, el derroche pasaba por unos cachés poco ajustados, la  imposibilidad en muchos casos de revertir la taquilla en la contratación y un  sostenimiento basado exclusivamente en los presupuestos municipales. Y todo esto  significa ni más ni menos que, de repente, hay menos funciones para contratar y  menos sitios en los que actuar.
No tengo el dato, pero creo que un porcentaje muy  amplio de programaciones se hacían, y se hacen, en ciudades medianas y pequeñas.  A poco que cada una haya reducido una parte más o menos significativa del  presupuesto para espectáculos, la cifra global tiene que ser grande, y así lo  están notando las compañías. El problema ahora es cómo salir de esta….

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