jueves, junio 13, 2019

La intimidad como espectáculo

                                                   Foto: Félix Méndez

Al leer por primera vez el libro de Rosa Montero, "La ridícula idea de no volver a verte", lo primero que llama la atención es la cercanía, directa, poética y sin artificios, que la autora establece con el lector. Luego, aparece el refinado discurrir de los temas tratados: la peripecia vital de Marie Curie, su tenacidad vocacional, su lucha pertinaz contra el statu quo masculino...y la pérdida del ser amado. Aquí, Rosa Montero, siempre reacia a hacer de su producción literaria un elemento autobiográfico, comparte con el lector sentimientos y reflexiones que convierten el libro en una experiencia arquetípica, de las que conmueven, consuelan y no se olvidan.

Trasladar la densidad emocional y narrativa de "La ridícula idea..." al escenario era un riesgo, un desafío apto para inconscientes, pero se intuía que, si el empeño daba los frutos deseados, podría convertirse en un hecho único en el panorama teatral contemporáneo de nuestro país: convertir la cercanía e intimidad en un espectáculo alejado de estridencias y recursos al uso. Y, así, nos embarcamos en una travesía hacia un territorio desconocido, ilusionados y expectantes. Primero, estaba conseguir un texto teatral que reflejara fielmente, al pie de la letra, la esencia del libro. La dramaturgia consistía en elegir, renunciar y sintetizar manteniendo a la autora al corriente de las evoluciones. Afortunadamente, el proceso fue fluido y orgánico. Hubo respeto mutuo, armonía y buen entendimiento, lo cual no siempre ocurre con los autores vivos. Luego, una vez aprobada la dramaturgia por las partes implicadas, arrancó el proceso de ensayos y la palabra escrita se hizo carne y hueso en manos de la actriz María Luisa Borruel. Y, aquí, hay que hacer un punto y aparte.



María Luisa, es una actriz formada con eminentes maestros de la interpretación, Martín Adjemian y Dominic de Fazio que, a lo largo de su trayectoria, ha destacado por su dominio de recursos expresivos, haciendo fácil lo difícil, contagiando al público de emociones variopintas. El escenario es su hábitat natural. Como decíamos, el reto era ser fiel al espíritu del libro y hacer de la intimidad una experiencia teatral intensa y cercana, alejada de artificios y de las inyecciones de adrenalina con las que, habitualmente, se intenta captar el interés de los espectadores. Construir un relato escénico armónico, evitando rupturas y cortes abruptos entre los distintos componentes del hilo conductor. A esto, aparte de la excelencia artística de la actriz, han contribuido las delicadas aportaciones del equipo técnico-artístico: el espacio escénico de Claudio Martín, el diseño de iluminación de Xavi Mata, la música de Oscar López Plaza, la caracterización de Pepa Casado, las videoproyecciones de Alex Pachón, la precisión técnica de Koke Rodríguez, el apoyo metódico de Jorge Moraga, ayudante de dirección y diseñador del cartel y, cómo no, el apuntalamiento permanente de Manuela Vázquez en la producción ejecutiva.


                                       Foto: Félix Méndez

El balance provisional es muy satisfactorio. Tras los preestrenos en la Casa de la Cultura Luis Landero de Alburquerque y el Teatro López de Ayala de Badajoz, las representaciones en el Teatro Fígaro de Madrid han sido premiadas con la aprobación del público. Los espectadores nos lo comentan a la salida de cada función y resaltan lo especial que resulta compartir esta experiencia teatral de intimidad y cercanía. En este sentido, la calidad literaria del texto de Rosa Montero ha encontrado una oficiante respetuosa y tremendamente empática en María Luisa Borruel. Era un reto y, sin bajar la guardia, lo mantenemos vivo en cada representación. Estaremos en el Teatro Fígaro todos los martes de junio y los lunes de julio. Las emociones, el canto a la vida, la aceptación de la pérdida y el buen teatro están garantizados.

Eugenio Amaya
Aran Dramática



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