domingo, agosto 17, 2014

"Coriolano" se despide del Festival de Teatro Clásico de Mérida


Ha sido fugaz, pero tremendamente enriquecedor. ¡Cuanta experiencia acumulada! Hemos demostrado que un equipo numeroso y variopinto, magnífica confluencia entre actores profesionales y miembros de una asociación ciudadana, Emerita Antiqua, pueden fundirse en un escenario tan exigente como el del Teatro Romano de Mérida y regalar al público una experiencia única, todos al servicio de la historia, "Coriolano", de Shakespeare, en versión de Fermín Cabal. Mi agradecimiento eterno a Antonio Gil Martínez (director del coro de ciudadanos) y Jon Bermúdez (director de lucha escénica) por materializar tan brillantemente mis intuiciones. 

¡Cómo ha lucido el monumento del marco incomparable en esta ocasión! Extraordinario el trabajo de Claudio Martín (espacio escénico), Kiko Planas (diseño de iluminación), Cecilia Molano (vestuario), Mariano Lozano-p (música), Pepa Casado (maquillaje y caracterización) y Koke Rodríguez (diseño de sonido). Todos ellos ayudados a brillar gracias a la impagable coordinación de Javier Mata (director técnico). Hecho posible todo ello gracias a Manuela Vázquez (productora ejecutiva) y Mercedes Barrientos (ayudante de producción).

Nos despedimos con conciencia plena de que hemos sacado adelante un reto difícil y complicado. Ocupar todo el espacio escénico del Teatro Romano (orchestra incluida) de tal manera que el espectador contemplase con gozo las posibilidades expresivas de tan peculiar escenario. Y hemos guardado un respeto reverencial al monumento que engrandece todo lo que se cuenta sólo con su mera presencia.



¡Qué decir de los actores! Shakespeare es Shakespeare y Fermín Cabal (autor de la versión) es Fermín Cabal. La intensidad dramática del texto, sus guiños humorísticos, la belleza del lenguaje que Fermín ha hecho comprensible para el público, planteaban una exigencia de primer orden. ¡Y cómo han estado a la altura los actores de "Coriolano"!  Elías González (Coriolano) ha tenido que afrontar un reto complicado, un personaje que puede conducir fácilmente a un registro monocorde (así lo he comprobado en mi investigación sobre los Coriolanos que han llegado a otros escenarios), brilla con sus matices y contradicciones evolucionando a lo largo de la obra hasta alcanzar el pathos final. María Luisa Borruel dota a su Volumnia de una intensidad firmemente anclada en poderosas convicciones con un dominio del espacio escénico y una amplitud emocional que sólo pueden alcanzar los grandes artistas de la interpretación.

Quino Díez (Menenio) borda un papel exigente alrededor del cual pivotan varias escenas. Su elocuencia, su bonhomía marca de la casa, su contundente presencia escénica hacen disfrutar al público en cada aparición de su personaje. Francisco Blanco (el aborrecido prestamista Claudio Apio) nos permite introducir en la historia, gracias a Fermín Cabal, un antagonista que, a pesar de su codicia y crueldad, se hace simpático en medio del espanto del espectador ante sus feroces diatribas clasistas de usurero consumado. Pedro Montero (Sicinio) nos regala su físico vigoroso y elegante y borda su papel de líder ciudadano convertido posteriormente en político oportunista. Francis Lucas, ciudadano ascendido a tribuno del pueblo, resulta fascinante en su progresión de plebeyo airado a político vengativo y envidioso. Pablo Bigeriego encarna con rotundidad el papel de Aufidio, el líder volsco, alejándose de todo lo que le hemos visto hacer hasta ahora sobre un escenario. Su primitivismo, pletórico de tosquedad y fiereza, nos hace sentir el peligro que se cierne sobre Roma dando credibilidad absoluta a la amenaza exterior. De Elena Sánchez (Virgilia, esposa de Coriolano), emana una fragilidad propia de la época, esposa sumisa que acaba explotando airada cuando los acontecimientos se precipitan y constituye una de las presencias más agradecidas del espectáculo. Además, lucha con fiereza en la batalla entre soldados romanos y volscos. 



Juan Duarte es Tito Larcio, general romano y dictador provisional (según las leyes de la época). Aporta a su personaje fuerza y contundencia en sus escenas dialogadas y virtuosismo físico en sus luchas escénicas. Cándido Gómez ofrece a su personaje Nicanor (plebeyo airado) toda la credibilidad que se espera de su veteranía y se convierte en figura protagónica como heraldo en el broche final de la obra envolviéndonos con voz serena y conmovedora. Beli Cienfuegos vuelve a trabajar con Aran Dramática en el papel de Adriana, lideresa combativa de las mujeres plebeyas, y nos obsequia vigor y precisión en las escenas de rebelión ciudadana. Nuestro benjamín, Fernando Nieto (Junio, joven rebelde) nos sorprende con su energía y fiereza. Apunta maneras de excelente actor. Javier Rosado (Tarso, lugarteniente de Aufidio) es un volsco de los pies a la cabeza. Al igual que su jefe, introduce en la obra un elemento de verismo tan necesario para hacer creíble la amenaza de los enemigos de Roma. Sus despliegues acrobáticos en las escenas de lucha escénica son un espectáculo en sí mismo. Por último, Jon Bermúdez (Lucio, jefe de la guardia personal de Coriolano), enriquece los momentos de presencia militar con su estampa de máquina guerrera.

¿Y qué decir del coro de ciudadanos y de los guerreros volscos y romanos encarnados por los miembros de la Asociación Emerita Antiqua? Gracias a Antonio y Jon se han convertido en actores consumados. Antonio, gran hombre de teatro formado en Francia e Inglaterra, ha dotado a sus ciudadanos, gracias a su talento, rigor y sencillez, de una energía desbordante y limpieza coreográfica llena de vitalidad. Jon, veterano de muchas batallas en teatro, cine y TV, enriquece el espectáculo con su grandiosidad bélica y escenas de combate.

Finalmente, es de aplaudir el poético espacio de concentración que todos los actores y miembros de Emerita Antiqua construyen con su seriedad profesional en el peristilo del Teatro Romano y la zona detrás del monumento en los momentos previos al inicio de la obra. Sólo así, con la entrega y el respeto de todos es posible dar lo que dan en el escenario para regocijo del público.

Esta noche es nuestra última representación. A disfrutar.

Compren sus entradas, aquí.

Eugenio Amaya

Fotos de Mai Saki.

1 comentario:

Pedro Godoy dijo...

Tienen razón: Shakespeare es Shakespeare y Fermín Cabal (autor de la versión) es Fermín Cabal. Y de hecho, en esta adulterada versión del segundo nada queda del primero. Porque el Sr. Cabal traiciona, desprecia y retuerce el espíritu de Shakespeare hasta hacer de su Coriolano una pantomima ridícula.
Basta con leer superficialmente la obra del Bardo para percatarse de que el mensaje que subyace en sus versos es exactamente el contrario de aquel con el que el Sr. Cabal pretende embaucar al espectador iletrado. La obra de Shakespeare ensalza la insobornable voluntad de un héroe, de un soldado que se mantiene firme en sus convicciones, inflexible ante la voluble, injusto, indolente y envidioso comportamiento del populacho, que se doblega como un junco cuando el viento arrecia y al que Coriolano desprecia profundamente. Es el comportamiento de la plebe -su injusta ingratitud y su irresponsable proceder- el factor que provoca la traición del héroe. La versión de Cabal, por el contrario, es una tosca caricatura que invierte los términos: la plebe es coherente, responsable y ecuánime; y sus corifeos -que bajo la pluma de Shakespeare se muestran ruines, taimados y arribistas- devienen -por retorcimiento nada cabal de esa noble pluma- dignos y gallardos representantes de una plebe enhiesta que se enfrenta a un antihéroe traidor, preocupado únicamente de la defensa de sus privilegios y de los bastardos intereses de los enemigos de Roma y "su pueblo". Una interpretación torticera, la de este Cabal, incompatible con una lectura honesta de la soberbia obra de Shakespeare, a cuyo objeto sacrifica ideas, mutila discursos e inventa personajes (como el del prestamista Apio Claudio, tan socorrido para sus fines) hacia donde dirige burdamente las iras del espectador más ignorante y más infantil y, como el mismo populacho retratado por el Bardo, voluble y fácilmente manipulable.
No, no vale todo en aras de una supuesta "actualización". Adaptar un texto clásico a la estética contemporánea es -debiera ser- modernizar sus formas, sus modos, su accidente; nunca su fondo, su alma, su quintaesencia. Y es que las obras maestras clásicas lo son, precisamente, porque su mensaje, su visión del mundo, de la vida y del hombre, sus propuestas, son... universales y atemporales. Y eso no es "adaptable". Retorcer los textos clásicos para que, en nombre de la modernidad, acaben por decir lo contrario de lo que quisieron transmitir sus autores, no es adaptar: es manipular.
Pero además y por último, esta adaptación no sólo es una manipulación ideológica (pues trueca las ideas de Shakespeare por las propias) sino -léase sin ánimo de ofender- cobarde. Y lo es porque transforma un texto valiente como el de Coriolano, en el que el autor golpea sin remilgos la conciencia del populacho irresponsable y envidioso, en una propuesta aduladora que regala los oídos del público más fácil y adocenado, predispuesto siempre –en los tiempos del Bardo y en los que nos ha tocado vivir- a huir de su propia responsabilidad y a culpar de todos sus males a las elites (tal vez, “la casta”), nútranse éstas de patricios y senadores... o de políticos y banqueros. Una interpretación, en fin, “políticamente correcta”, una parodia populista en la que los actores declaman exactamente las palabras que el público desea oír, aunque para ello haya que pronunciar a Shakespeare (un Shakespeare, eso sí, deforme y bufonesco) con acento venezolano, caribeño o bananero.

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