sábado, abril 17, 2021

Con Goldoni y "Los afanes del veraneo"

 Los encargos los carga el diablo, pero hay que aprender a desenvolverse en el proceloso mundo de las efemérides de la cultura oficial. En 1993 se conmemoraba el bicentenario de la muerte de Carlo Goldoni, conocido en el panorama teatral mundial por su obra "Arlequino, servidor de dos amos" que popularizó Giorgio Strehler en 1947 para su Piccolo Teatro di Milano y que aún se repone hoy en día. José Higuero, periodista y cargo público en la Junta de Extremadura (Director General de Cultura a las órdenes del Consejero Jaime Naranjo), hombre afable de sonrisa sagaz y que sentía la cultura como un bien esencial, nos propuso que escenificáramos un texto de Goldoni para conmemorar algo que la Consejería de Cultura iba a celebrar por todo lo alto: el Bicentenario del fallecimiento de Goldoni con Jornadas protagonizadas por especialistas en el comediógrafo italiano venidos desde todas partes de Europa para exponer sus reflexiones en el Cáceres monumental. Gran evento. El montaje se estrenaría en el Festival de Teatro Clásico de Cáceres.


Aceptamos el reto, sorprendidos. Éramos una compañía joven, especializada en teatro contemporáneo aunque, por separado, María Luisa Borruel, cofundadora de Aran Dramática y quien firma habíamos tenido alguna experiencia en este terreno antes de formar la compañía. La pregunta era qué obra elegir. Enfrascarnos en el mundo de la commedia dell' arte no nos entusiasmaba demasiado. Había que investigar.


Al final, hurgando en Goldoni y repasando la trayectoria de Strehler, dimos con la "Trilogía del Veraneo". De la estantería rescaté la edición que el Centro Nacional de Investigaciones Científicas parisino, en su colección "Les voies de la création théâtrale", había dedicado al director italiano y me lancé de cabeza al capítulo dedicado al montaje de Trilogía della Villeggiatura que Strehler estrenara en 1954.


Lectura intensiva durante pocos días, tomando notas frenéticamente, llegamos a la apresurada conclusión de que la obra anticipaba el humor melancólico de Chéjov, exploraba las frustraciones de una burguesía venida a menos, las relaciones de interés, la obsesión ansiosa de compararse con los que más tienen, el oficio de "aparentar", la envidia, el artista pobre que vive de las dádivas de los poderosos, el culto a lo "novedoso"...tantos temas que, en aquella década de los 90, encontraban su reflejo en nuestro modus vivendi


Había que establecer el reparto y configurar el equipo técnico-artístico a toda mecha. Tiramos de los conocidos tras reunirnos con Miguel Murillo para elaborar la versión que había de sintetizar la trilogía y, respetando la letra y el espíritu del original, favorecer los temas antes aludidos y un lenguaje que no resultara lejano al espectador, pero conservara el halo poético y satírico de Goldoni.


Escribe Murillo: "A mí, de entrada,  todo aquello me parecía una locura, desde el planteamiento, el desarrollo pasando por el Festival de Cáceres en esa Plaza de las Veletas que por una noche se hizo viento enloquecido que arruinaba las frases de la comedia,  y el desenlace con una parada en el Teatro Príncipe Gran Vía. ¿Éxito? Pues sí pero con un absurdo plantel de exigencias absurdas que los críticos no sabían cómo inventar. ¿Era largo el espectáculo? Que me lo digan a mí que tuve que desarrollar un puzzle muy divertido, que me parecía divertido y se me quedó corto. ¿Y los actores y actrices? Como he dicho, una prueba de fuego con Goldoni detrás. Y lo hicieron de forma magistral. Corregir a Goldoni, cosa que no hice, podría entrar en el planteamiento. Estamos a años luz de una época que tenía sus protocolos hasta para irse de vacaciones y tomar el sol. También a la hora de pagar a los acreedores, llegar a la ruina total, buscar fórmulas para encontrar avalistas: con inventos como la sonolata y la visionola; jugar con el engaño amoroso o algo parecido, y encontrar un final feliz o menos vergonzante del que se veía venir. O sea, aquella época, y ésta, y la que vendrá. 
No es fácil escribir por encargo, por encargo al inicio luego uno se lanza y aparece el gozo de escribir y, sobre todo, el gozo de ver sobre la escena lo que se ha escrito. Esa joya, porque lo fue y lo seguirá siendo en las hemerotecas y la memoria, ha sido una de las más felices colaboraciones que he vivido en mi carrera como dramaturgo. Y Goldoni no  fue corregido."     


¡Ah! La Plaza de las Veletas. Qué feliz coincidencia con el hallazgo del panorama escenográfico desarrollado en el siglo XVIII, el siglo de Goldoni: la perspectiva en ángulo, "un refinamiento de la perspectiva escénica. Se colocaban varios puntos de fuga en el centro del escenario y a los lados, de modo que el escenario daba la impresión de alejarse en varias direcciones y se presentaba en ángulo respecto al espectador." Renunciaríamos a plantar un escenario frontal tapando el monumento y situaríamos al público en una plataforma inclinada en diagonal. El Museo Provincial de Cáceres pasaría a ser la residencia de los personajes y el espacio escénico incluiría toda la fachada y la callejuela lateral que flanqueaba la plaza.


Una vez el texto en manos de los actores, se daba comienzo a los ensayos y había que encontrar el tono adecuado. Providencial intervención de nuestra erudita colaboradora teatral, Helena S. Kriukova, encargada del vestuario. Una simple caracterización de época no le parecía suficiente a esta imaginativa diseñadora de la escuela rusa que encontró soluciones coloristas de una belleza y textura anacrónicas, pero que conservaba un aire dieciochesco y juguetón. El diseño de maquillaje de Pepa Casado añadió leña al fuego y el desafío para los intérpretes era trabajar desde fuera hacia dentro para crear tipologías arquetípicas, pero expresando sentimientos auténticos y no declamatorios. 


Improvisaciones en busca de la caracterización individual, las relaciones entre los personajes, la atmósfera grupal (impagable, una tronchante y desesperada visita al teatro aprovechando los palcos del salón de actos de la Residencia Universitaria Hernán Cortés) y el abordaje al texto. 


"Para acortar una larga historia", como dicen los anglos, el estreno en el Festival de Teatro Clásico de Cáceres fue un éxito. Las fotos de Luis Casero hicieron honor al esfuerzo creativo y surgió la posibilidad de representar el espectáculo en el Teatro Príncipe Gran Vía de Madrid. Brillante adaptación escenográfica de Helena y un mes de aventurera convivencia en la capital del reino donde se cosecharon buenas críticas y una cantidad no desdeñable de público nos acompañó cada noche en las representaciones. Es obligatorio mencionar a un gran actor extremeño que ya no está con nosotros: Leandro Rey. 


En la foto, vemos a Leandro a la derecha. Un actor de voz elegante y sonora y una capacidad de juego contagiosa e irreverente. Porte de galán, impetuoso y disciplinado, Leandro contribuyó a que "Los afanes del veraneo" no cayera en la rutina, introduciendo todas las noches jocosas y medidas variaciones que mantenían en estado de alerta a todo el reparto. 



Al final, hubo cambio de guardia en la Consejería de Cultura y las Jornadas Goldonianas no llegaron a celebrarse. El montaje, tras su paso por Madrid, hizo una pequeña gira por Extremadura, sin Leandro al que vio José Tamayo en "Los afanes..." y lo contrató para que formara parte del reparto de una obra en el Teatro Bellas Artes. El sustituto (frenético día y medio de ensayos) fue Vicente Ayala que nos sacó brillantemente las castañas del fuego. 


Resumiendo, bonita experiencia. Fue, también, el bautismo de fuego de Manuela Vázquez, ahora nuestra productora ejecutiva, veintiocho años con Aran Dramática, columna vertebral de nuestra ya larga andadura. El crítico de ABC, Lorenzo López Sancho escribió: "Sacar a Goldoni de las pocas piezas que se representan desde hace años es una empresa laboriosa y complicada. Por abordarla merecen aplauso y estímulo estos excelentes artistas extremeños". José Higuero (Pepe, para quienes le tratamos desde cerca) nos dejó el pasado año. Le recordamos con cariño y le damos las gracias por invitarnos a recorrer territorios ignotos. Nos hizo crecer y plantearnos posibilidades que, cuatro años después, se aquilataron en el Festival de Teatro Clásico de Mérida, pero esa es otra historia.

Eugenio Amaya

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