Los encargos los carga el diablo, pero hay que aprender a desenvolverse en el proceloso mundo de las efemérides de la cultura oficial. En 1993 se conmemoraba el bicentenario de la muerte de Carlo Goldoni, conocido en el panorama teatral mundial por su obra "Arlequino, servidor de dos amos" que popularizó Giorgio Strehler en 1947 para su Piccolo Teatro di Milano y que aún se repone hoy en día. José Higuero, periodista y cargo público en la Junta de Extremadura (Director General de Cultura a las órdenes del Consejero Jaime Naranjo), hombre afable de sonrisa sagaz y que sentía la cultura como un bien esencial, nos propuso que escenificáramos un texto de Goldoni para conmemorar algo que la Consejería de Cultura iba a celebrar por todo lo alto: el Bicentenario del fallecimiento de Goldoni con Jornadas protagonizadas por especialistas en el comediógrafo italiano venidos desde todas partes de Europa para exponer sus reflexiones en el Cáceres monumental. Gran evento. El montaje se estrenaría en el Festival de Teatro Clásico de Cáceres.
Aceptamos el reto, sorprendidos. Éramos una compañía joven, especializada en teatro contemporáneo aunque, por separado, María Luisa Borruel, cofundadora de Aran Dramática y quien firma habíamos tenido alguna experiencia en este terreno antes de formar la compañía. La pregunta era qué obra elegir. Enfrascarnos en el mundo de la commedia dell' arte no nos entusiasmaba demasiado. Había que investigar.
Al final, hurgando en Goldoni y repasando la trayectoria de Strehler, dimos con la "Trilogía del Veraneo". De la estantería rescaté la edición que el Centro Nacional de Investigaciones Científicas parisino, en su colección "Les voies de la création théâtrale", había dedicado al director italiano y me lancé de cabeza al capítulo dedicado al montaje de Trilogía della Villeggiatura que Strehler estrenara en 1954.
Lectura intensiva durante pocos días, tomando notas frenéticamente, llegamos a la apresurada conclusión de que la obra anticipaba el humor melancólico de Chéjov, exploraba las frustraciones de una burguesía venida a menos, las relaciones de interés, la obsesión ansiosa de compararse con los que más tienen, el oficio de "aparentar", la envidia, el artista pobre que vive de las dádivas de los poderosos, el culto a lo "novedoso"...tantos temas que, en aquella década de los 90, encontraban su reflejo en nuestro modus vivendi.
Había que establecer el reparto y configurar el equipo técnico-artístico a toda mecha. Tiramos de los conocidos tras reunirnos con Miguel Murillo para elaborar la versión que había de sintetizar la trilogía y, respetando la letra y el espíritu del original, favorecer los temas antes aludidos y un lenguaje que no resultara lejano al espectador, pero conservara el halo poético y satírico de Goldoni.
Una vez el texto en manos de los actores, se daba comienzo a los ensayos y había que encontrar el tono adecuado. Providencial intervención de nuestra erudita colaboradora teatral, Helena S. Kriukova, encargada del vestuario. Una simple caracterización de época no le parecía suficiente a esta imaginativa diseñadora de la escuela rusa que encontró soluciones coloristas de una belleza y textura anacrónicas, pero que conservaba un aire dieciochesco y juguetón. El diseño de maquillaje de Pepa Casado añadió leña al fuego y el desafío para los intérpretes era trabajar desde fuera hacia dentro para crear tipologías arquetípicas, pero expresando sentimientos auténticos y no declamatorios.
Improvisaciones en busca de la caracterización individual, las relaciones entre los personajes, la atmósfera grupal (impagable, una tronchante y desesperada visita al teatro aprovechando los palcos del salón de actos de la Residencia Universitaria Hernán Cortés) y el abordaje al texto.
"Para acortar una larga historia", como dicen los anglos, el estreno en el Festival de Teatro Clásico de Cáceres fue un éxito. Las fotos de Luis Casero hicieron honor al esfuerzo creativo y surgió la posibilidad de representar el espectáculo en el Teatro Príncipe Gran Vía de Madrid. Brillante adaptación escenográfica de Helena y un mes de aventurera convivencia en la capital del reino donde se cosecharon buenas críticas y una cantidad no desdeñable de público nos acompañó cada noche en las representaciones. Es obligatorio mencionar a un gran actor extremeño que ya no está con nosotros: Leandro Rey.
En la foto, vemos a Leandro a la derecha. Un actor de voz elegante y sonora y una capacidad de juego contagiosa e irreverente. Porte de galán, impetuoso y disciplinado, Leandro contribuyó a que "Los afanes del veraneo" no cayera en la rutina, introduciendo todas las noches jocosas y medidas variaciones que mantenían en estado de alerta a todo el reparto.
Al final, hubo cambio de guardia en la Consejería de Cultura y las Jornadas Goldonianas no llegaron a celebrarse. El montaje, tras su paso por Madrid, hizo una pequeña gira por Extremadura, sin Leandro al que vio José Tamayo en "Los afanes..." y lo contrató para que formara parte del reparto de una obra en el Teatro Bellas Artes. El sustituto (frenético día y medio de ensayos) fue Vicente Ayala que nos sacó brillantemente las castañas del fuego.
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